
Duración: 1 hr. 40 min.
País: Francia
Director: Michel Hazanavicius
Guion: Michel Hazanavicius
Reparto: Jean Dujardin, Bérénice Bejo, James Cromwell, John Goodman
Crítica de la película
¿Qué mejor manera de pagar tributo al cine que realizando una película muda? Si pensamos bien, la respuesta de esa pregunta se acerca a que, sea como se vea, la época dorada, que era el crepúsculo de las estrellas y de los grandes maestros, marcó el inicio del cine para siempre. De hecho, aunque se encuentre atrapada en el pasado, permanece viva en el presente dentro de los corazones de los cinéfilos que tanto aman el mundo cinematográfico (incluyéndome).
Por eso partiendo de ahí, diría que esa cosificación de los orígenes del cine es la brillantez más evidente que posee The Artist; un film que nos hace recordar por qué amamos el celuloide con las gotas de nostalgia derramadas en todos los planos que la componen.
La mente detrás de esta película magistral es Michel Hazanivicius, un director francés que, siendo desconocido (actualmente no), fantaseaba durante muchos años con dirigir una película muda en blanco y negro. Podrá sonar raro, pero según tengo entendido observó, analizó y estudió varias películas afónicas del Hollywood de los años ’20 para encontrar las técnicas adecuadas y así concebir la idea que más tarde se convertiría en “The Artist”.
Es por eso que la innovación de este film (en esta era) radica en la carencia de diálogos y de sonidos (con excepción de algunas escenas que tienen sonido y música extradiegética), ya que es totalmente silente; o para dilucidarlo mejor, es una película muda rodada en nuestra era, lo cual es bastante insólito pero a la vez seriamente impresionante. Al estar filmada en una relación de aspecto de 1:33:1 (aspecto usual en los filmes mudos) y a 22 fps, recrea con fidelidad el fondo y la forma de una verdadera película clásica. Incluso los movimientos de cámara (planos estáticos), el brillo de la iluminación y el vestuario van de par en par con la representación del período.
Podríamos dividirlo en capítulos. Primero, la introducción sigue la trayectoria de George Valentín (Jean Dujardin) en el año 1927; un actor que se encuentra en la cúspide estelar de su carrera en el cine silencioso y se lo goza. Todo lo que ve es esplendor y gloria. Sin embargo, en un momento determinado accidentalmente conoce a Peppy Miller (Bérénice Bejo), una bella joven que le atrae desde el instante en que se encuentran. Esta parte, hasta aquí, la podríamos llamar “El encuentro”. Un poco más tarde, Peppy logra adentrarse en el mundo hollywoodense como bailarina en el casting de una película, gracias a que Valentín convence al productor, Al Zimmer (John Goodman), de que la contrate, muy a pesar de que este último se había negado. Es así como Peppy, en el sótano de Hollywood, inicia su cometido de convertirse en actriz.
Pero como dice el dicho que "todo lo que sube tiene que caer", en nuestro segundo capítulo: “La caída”, la ocupación de Valentín se ve afectada enormemente con la llegada del cine sonoro. Ahora toda su gloria se ha ido cuesta abajo. Ahora es solo un actor silencioso que no llama la atención como solía hacerlo y, por así decirlo, su etapa en el cine terminó. Al mismo tiempo esa llegada del cine parlante beneficia la profesión en ascendencia de Peppy, quien se consagra en lo alto estrellato hollywoodense con el mismo nivel de popularidad que solía tener Valentín; esto sería el capítulo tres: “La fama”.
Este hecho marca la trama indefinidamente. Enviando el mensaje de que el ascenso a la fama es temporal, y que los actores deben adaptarse a los cambios que la industria experimenta (mucho más en aquellos tiempos) si quieren seguir actuando. Ese fenómeno de altibajos ha sucedido a través de los años con varios actores y actrices.
Viéndolo desde una óptica, la película juega con nuestras emociones transmitiendo alegría, tristeza y agonía a lo largo de su historia. Junto a eso hay grandes actuaciones, pero de todas sobresale Jean Dujardin, quien ganó el premio al Mejor Actor en Cannes y en los Oscars por esta magnífica interpretación. Dujardin, con el rostro de un galán caprichoso y una forma de actuar jocosa, dota a Valentín con un sentido emocional tan asombroso que, creemos que cada encuadre de este melodrama sucede en realidad.
Debido a la ausencia de diálogos, la mayor parte del tiempo nuestra imaginación juega un papel vital a la hora de hacernos imaginar qué tipo de palabras están expresando fuera de los intertítulos. En mi opinión una decisión sabia de Hazanivicius, ya que te mantiene hipnotizado con las imágenes, es decir, las imágenes hablan por sí solas y no necesitan sonido para enfatizar la expresividad.
Por supuesto, es muda, pero su mutismo habla más que miles de palabras juntas. Más que ser un simple homenaje al cine, El artista es una de esas obras maestras que están destinadas vivir para siempre en la mente de los amantes del cine. Seduce irresistiblemente con un estilo visual muy peculiar, y, quizá lo más importante, entretiene con mucho sentimiento.

0 comentarios:
Publicar un comentario